La gente está entusiasmada con la voluntad de la orquesta. No hay tregua en «The Part of the Dead», pues algunos de los asistentes se levantan a tirarse chinas y piedras pequeñas entre ellos. Con tanto sentimiento de muerte surrealista, la llamada a la locura es inminente. Ya nos advirtieron que ese grupo tenía una capacidad enorme de congregación, y es que viendo al arpista y cantante quebrar los ritmos, su originalidad es más que patente. La composición musical que tienen las cítaras abre un camino de redención teatral poco visto en estos tiempos, así como el inteligente uso de harmonizaciones. «The Will to Escape» se hace mucho más ligera que las anteriores, pues ambos poseedores de las cítaras parecen cambiar la rapidez por un mayor uso de tempos medios que el percusionista mantiene con una estructura teórica muy estable. Ya se va viendo cómo el público se envalentona con la decisión de los hijos de Agamenón, y la venganza no tardará en hacerse realidad. Después de un interludio de relativa calma donde los insectos rodean a la temática central del teatro, el relatante saca una máscara de oro para ambientar su siguiente acto, «The Fallen of the Mask», aparte del regreso de la rapidez y furia melódica. A pesar de la furibunda actitud de la pulsación trasera, un estilo épico rodea a los instrumentos mientras el viento sopla en nuestra contra. Muchos de los presentes no dudan en unirse a los coros de los lados, y también yo. El cambio rítmico medial acaba por ser el sostén del protagonismo solista, sin olvidarse de meter una versatilidad grave de esa tremenda arpa que hace retumbar al recinto. Continuando el trasfondo ideológico, «The Revenge at Last» es el final de la historia que culmina la venganza de los hijos de Agamenón. De una vez por todas, la gente se lanza comida y piedras, así como peleas físicas mientras que los músicos incitan a dar rienda suelta a la sangre en directo. Con un tono más agudo y prepotente, el líder vocal se impone al resto de compañeros incluso en el unísono del estribillo. Las liricas recitadas no envidian nada a la sonoridad rítmica y solista, pues no es posible un control total de la situación.