Empezar el álbum con una odisea varonil hacia los dioses tiene su razón en «Das Ende der Götter». ¿Por qué no ser rudo y directo al principio? La respuesta recae en el poderoso kit baterista de Balrogh, el cual no cede la presión en el bombo, sea en combinación de la caja o los platillos. Al más puro estilo vikingo de pura cepa, el recuerdo del melodic death metal se une a los guturales de Tetzel con cierto apoyo coral fuera de los versos. El crudo sonido (muy cercano al black metal) sin efectos especiales o tecnócratas es el toque especial de la banda, conquistando el Valhalla a golpe de sangre y sudor; ¡ni solos ni nada! Con ritmos algo más groovies y en tempos medios, la libertad personal se ensalza con el tema homónimo. Los graves se vuelven más nítidos en los breves breaks que preceden a los duetos vocales; no se olvida el tremendo mérito de ambos guitarristas, Alex y Chris, hermanos de un mismo objetivo bélico. La escasa producción moderna del disco no es sólo interesante, sino que también otorga fe en el old school que marcó la industria extrema y la sostiene en la eternidad. Tirando más hacia el thrash técnico y vertientes alternativas veloces, «Unbesiegbar» sienta un precedente bastante atractivo gracias a la línea tonal de Tetzel, quien ejecuta la laringe con fuerza y ritmicidad en ausencia de la pausa respiratoria. Líder invencible de las hordas nórdicas germánicas, resulta excitante verle en un estado artístico fuera de sí. Al igual que antes, la presencia de los solos se hace notoria a través de un estilo frenético muy difícil de criticar en la bestial composición. La mascota de Asenblut gana la popularidad que se merece con «Wie ein Berseker» haciendo que los ritmos sean mucho más elaborados, notas alterantes en síncopas, breaks de realce armónico y el fondo percusionista cuesta arriba para adornar la estructura básica y darle potencia desbordante. Cualquier amante de las primeras fusiones de estilos en los 90’ estaría (ahora mismo) dejándose la cabeza contra la pared.